Sevilla | El rincón de la memoria | Una Inmaculada atribuida a Francisco Pacheco en el coro alto de la Iglesia de Santa María Magdalena de Sevilla (Primera parte) | #Tdscofrade #GentedePaz #Cofradias #SemanaSanta

“Tota pulchra es amica mea et macula non est in te”. Con estas palabras en latín doy comienzo a una de las cuestiones más estudiadas y debatidas dentro del panorama artístico y sobre todo iconográfico, la Inmaculada Concepción de María Santísima. En los Evangelios Canónicos no se menciona a María como limpia de toda mancha de pecado, si bien en el momento en que el ángel Gabriel visita a la Virgen dice: Ave María gratia plena. La fiesta de la Virgen ya se celebraba desde el S. VII en Oriente y, para los orientales, el término Inmaculada significa la exención de María del pecado original. El proceso de llegada de la festividad al Occidente fue más lento, puesto que la herejía de Pelagio defendía la capacidad humana de obrar el bien sin la necesidad de Dios, llegando a celebrarse a partir de finales del S. X, festejándose ya en algunas iglesias francesas. Si bien, a partir del S. XIII, hubo enfrentamientos entre dos órdenes mendicantes que se prolongaron durante siglos, con el fin de paliar las disputas sobre si la Virgen fue concebida sin pecado original.

Uno de los primeros en negar la Concepción Inmaculada es Santo Tomás de Aquino, perteneciente a la Orden de los Dominicos. De esta forma, los maculistas tendieron a negar el culto de la misma y mostrar su desaprobación. Para la orden de Santo Domingo. María fue concebida sin pecado “ex útero”, sin embargo, había una creencia en el que el pecado original se transfiere mediante el coito, dejando solo libre de culpa al propio Cristo, concebido por obra del Espíritu Santo. Había que cuestionarse para que la Concepción de María no fue fruto de la unión carnal de sus padres. En los textos apócrifos, aquellos que no se encuentran aceptados por la Iglesia pero nos proporcionan más información que los canónicos, se relata cómo San Joaquín y Santa Ana tuvieron que separarse, pues el abuelo de Cristo se encontraba estéril y se fue a vivir con los pastores y Santa Ana residió en la inquietud durante algún tiempo. Tiempo después, el ángel visitó a San Joaquín, que Dios pondría remedio a su esterilidad. Advertida Santa Ana, ambos esposos se encaminaron hacia la Puerta Dorada de Jerusalén, se abrazaron llenos de gozo y Santa Ana quedó encinta de la Virgen.

Por otra parte los franciscanos, la otra orden mendicante, si cree en la María Inmaculada “in útero”. Ya desde el S. XII, San Buenaventura dio la razón al Cartujo San Bernardo: “Creemos como se cree comúnmente, que la Virgen ha sido santificada después de haber contraído el pecado original”. El franciscano que defendió a ultranza a María Inmaculada es el Beato Juan Duns Escoto, nacido en la ciudad de Duns (Escocia) en 1265. Fue educado en la doctrina franciscana, enseñando Filosofía y Teología en las Universidades de Cambridge y Oxford y redactó sus primeros escritos relacionados con la Teología. Se preocupó por el velamiento de la Santísima Virgen, puesto que otros maestros de la universalidad del pecado original y María no era la excepción. Debido a la tesis, la Universidad de Oxford lo premió dándole el título de Doctor Mariano. Juan Duns destacó unas palabras que pronunció en 1308, siendo la mejor defensa sobre la doctrina inmaculista: “Hasta tal punto Cristo actuó en relación a María como mediador que la preservó de cualquier pecado real, y por lo tanto también del pecado Original. E incluso preservó de un modo más perfecto e inmediato del pecado original que del pecado verdadero; María estuvo limpia tanto del pecado real como del original”.

Esto no hace más que poner de manifiesto todo lo que estaba pasando en el seno de la Iglesia. Otro de los personajes claves para comprender el pensamiento de la Inmaculada Concepción de María es Santa Brígida de Suecia. Fue una gran mística para su época, visitando junto a su marido la tumba del Patrón de España, Santiago Apóstol. Importantes son las visiones que tenía desde niña, hasta tal punto que su confesor escribió a través de ella sus famosas Revelaciones, editadas en ocho libros por el obispo español Alfonso Fernández Pecha, compañero de Santa Brígida, en su viaje a Tierra Santa(1371). Fue la única mujer en la historia eclesiástica en proyectar una orden monástica doble unificada.

Su amor incondicional a la Santísima Virgen hizo que en el Libro 7, en el Capítulo 1, de sus ya citada Revelaciones, dijera: “Como estuviese en Roma santa Brígida, esposa de Jesucristo, y se hallase puesta en oración, comenzó a pensar del parto de la Virgen, y de esa suma bondad de Dios, que quiso elegir para sí una Madre purísima; y tanto se inflamó entonces en el amor de la Virgen el corazón de la Santa, que decía dentro de sí: Oh Señora mía, Reina del cielo, tanto se recocija mi corazón de que el altísimo Dios os haya preferido por Madre y dignádose conferiros tan sublime dignidad, que yo escogería más bien ser eternamente atormentada en el infierno, antes que Vos carecierais en lo más leve de tanta gloria y de vuestra celestial dignidad. Y embriagada así de la dulzura de amor estaba privada de sentido y suspensa en éxtasis de contemplación mental”.

En el texto aparece la expresión Virgen purísima y de que Dios os haya preferido como Madre, por lo tanto, debemos de tener en cuenta que la creencia de María Inmaculada ya estaba implantada y el caso de Santa Brígida no es más que otra demostración de que María es concebida Inmaculada desde tiempos del gótico.

No hay que olvidar la otra gran figura del inmaculismo es Santa Beatriz de Silva, fundadora de la Orden de las Franciscanas Concepcionistas. Nació en Campo Maior (Portugal) hacia 1433, hija de un militar descendiente de la nobleza española y de doña Isabel de Meneses. Recibió una buena educación cristiana, apareciendo en ella una especial devoción hacia el misterio de la Purísima Concepción de la Virgen María. Uno de los hechos más relevantes es el motivo de los celos por parte de la esposa de don Juan II, la reina doña Isabel, hacia la belleza de su dama, por aquel entonces.

Doña Isabel la encierra en un baúl durante tres días para acabar con su vida. Angustiada, la Santísima Virgen se le aparece, y al contemplar Beatriz la hermosura de María, queda extasiada de tal magnificencia y siente la necesidad de consagrarse perpetuamente a Cristo y vivir la espiritualidad que le había transmitido la Santísima Virgen.

Don Juan de Silva y Meneses, tío de Beatriz, obligó a la reina a que abriera el baúl. Una vez abierto, Beatriz sale llena de luz y de alegría dada por Dios; este momento es crucial para comprender la fundación de la Orden de la Inmaculada Concepción. Se fue del palacio de Tordesillas y marchó con su comitiva a Toledo, tan enamorada de Dios, obteniendo silencio para rezar en el Monasterio de Santo Domingo “El Viejo” para prepararse para lo que el Señor le iba encomendar. Estuvo sumida en un profundo rezo durante 30 años, hasta cuando se le apareció la Virgen para que fundara la orden.

Se da la dicha de que la Reina Isabel la Católica donó para Beatriz los palacios de Galiana, a la que se trasladó junto a doce compañeras para iniciar una nueva vida. Cinco años después, pidió la aprobación de la orden y se confirma por el papa Inocencio VIII, la aceptación de la Bula Inter Universa, donde se exponen los aspectos esenciales de la orden como el hábito, que lo veremos más adelante. Cerró sus ojos el día 17 de agosto de 1492, cumpliendo uno de sus mayores logros, el alabar a la Inmaculada Concepción de María, recibiendo el premio de la beatificación, el 28 de julio de 1928 y el de la canonización el 3 de octubre de 1976.

Damos paso a las grandes variantes que tiene, desde un punto de vista iconográfico, de la Inmaculada Concepción. El primer tema que se tendría que analizar es el Árbol de Jessé. Representa la genealogía de Cristo a partir de Jesé, padre del rey David, y esto supone la justificación de la creencia mesiánica, que dice que el Mesías es descendiente del Rey David y, por tanto, de los antiguos reyes de Israel. Se representa a Jesé recostado, del que su cuerpo emana un árbol, en el que se ramifica doce varas coincidiendo con los antepasados carnales, los reyes, y los espirituales, los profetas. En lo alto, Cristo en Majestad preside la escena y rodeado de siete palomas, representando los siete dones del Espíritu Santo.

Posteriormente, se dan otras dos variantes de la misma: a medida que pasa el S. XIII, la devoción a María se expande, por lo que Jesús pasa a estar en los brazos de su madre y en el S. XVI, se convirtió en el árbol genealógico de la Virgen, por tanto, las órdenes tomarán este modelo para representar a todos los integrantes de las mismas, cuyo centro acabaría en María. Si en el tema anterior se representa al linaje de Cristo, en el que se incluye a María, a través de los antiguos reyes de Israel, en la Sagrada Parentela encontramos la iconografía de la genealogía de la Virgen que, en un modo u otro, alude a la concepción inmaculada de María. Para que sea más fácil de entender, es la presencia de la familia de Santa Ana, madre de María y abuela de Cristo. Normalmente, se suele disponer a la Virgen con el Niño y Santa Ana, San José y San Joaquín, padre y abuelo de Jesús, respectivamente. A veces, el Espíritu Santo se sitúa en estas pinturas, por lo que repara en el tinte inmaculista.

Según las fuentes apócrifas y en la Leyenda Dorada, la abuela de Cristo contrajo nupcias hasta tres veces. Esta representación se hizo muy popular tras las visiones de una reformadora clarisa llamada Coleta de Corbie en 1406; es el denominado Trivium de Santa Ana. En la página anterior se encuentra una pintura donde se relaciona todo lo que se está comentando.

Empezando por el centro, encontramos una escena habitual y muy tierna, la Virgen con el Niño, casada con San José y a la derecha su madre Santa Ana, que se casó con San Joaquín, teniendo a María de Nazaret. A nuestra izquierda, se dispone María la de Cleofás, unión de Santa Ana y Cleofás que, junto a Alfeo, tuvieron a José, Judas Tadeo, Santiago el Menor y Simón. A la derecha, se sitúa María la de Salomé, siendo del fruto de Santa Ana y Salomé, que se casa con Zebedeo, teniendo a Santiago el Mayor y a Juan el Evangelista. Si bien, a partir del Concilio de Trento, la iconografía de la Parentela irá desapareciendo, puesto que la Iglesia no veía con buenos ojos representar a Santa Ana por el hecho de casarse tres veces.

A finales del S. XV, se dará la configuración que hoy conocemos como la Pureza de María. En este sentido, los dos juegos de colores que condicionan la representación de María como Inmaculada Concepción son el azul oscuro y rojo jacinto y el celeste y el blanco. Para ello, nos tenemos que valer de las visiones por parte de la mencionada Santa Beatriz de Silva cuando estuvo prisionera en ese cofre por orden de la Reina Isabel, donde se le apareció la Santísima Virgen para consolarla, vistiendo túnica blanca y manto celeste, además de indicarle que esos colores los tendría que usar para el hábito de su nueva orden.

La segunda de las visiones que se producen también en el S. XV es la de Sor Isabel de Villena, abadesa del Convento de la Santísima Trinidad de Valencia, donde se le aparece la Virgen con las mariologías o gozos de la misma, esto es, las Letanías Lauretanas. Si bien ya en el S. XVI, un personaje fundamental es el jesuita Martín de Alberro, que encarga al pintor Juan de Juanes entre 1576 y 1577 una representación pictórica de María Inmaculada para el antiguo Colegio de San Pablo en Valencia. Aquí se combinan dos visiones: la de Santa Beatriz de Silva con la vestimenta celeste-blanco y la de Isabel de Villena con las letanías. Esto es lo que se denomina la Tota Pulchra, a diferencia que la Apocalíptica, que sólo carece de las mariologías.

Entre los S. XVI y XVII, hay un personaje clave para entender la iconografía definitiva de la Inmaculada como es Francisco Pérez del Río, más conocido como Francisco Pacheco. Nacido en Sanlúcar de Barrameda en 1564, fue un gran erudito en el campo de la teoría, llegando a escribir un tratado dedicado a la pintura, que se convirtió en un referente para los artistas del S. XVII. Prefirió adoptar el apellido “Pacheco” puesto que su tío fue canónigo de la Catedral de Sevilla, por lo tanto, lo utilizó como un elemento de distinción social. A sus 19 años, ya vivía en Sevilla, ingresando en la Hermandad de los Nazarenos de la misma. En la década de los 90 del S. XVI ya se consagró como pintor, si bien la calidad de sus obras eran más bien inferiores a la que consiguieron otros artistas de su momento. En el ámbito social, adquirió gran renombre por motivos familiares; sus dos hermanos fueron sastres y un tercero que fue linero. Francisco solo tuvo que legitimar a través de pruebas que era hijo de Juan Pérez y de Leonor del Río, contrayendo matrimonio en 1594 con María Ruiz del Páramo.

Uno de los hechos que marcó la vida del pintor fue la participación junto a otros artistas en el monumento dedicado a las honras fúnebres de Felipe II en 1598, obra de aparatosas y enormes proporciones. Desde 1600 se convierte en el primer pintor de la ciudad y a partir de 1610, las inquietudes artísticas de Pacheco por mejorar su técnica, le lleva un viaje a El Escorial, donde conoció a Vicente Carducho y en Toledo al grandioso Greco. Le aportaron nuevas ideas para un artista que se encontraba cerrado al ámbito sevillano. Nunca dejó de trabajar para Sevilla y en 1616, se le nombró “veedor del oficio de la pintura” y dos años más tarde por el Tribunal de la Inquisición “veedor de pinturas sagradas”. Otro de los hechos más importantes de su vida fue el casamiento de su hija Juana con su discípulo predilecto, Diego Velázquez. Debido a su vejez, no pudo conseguir ser pintor de cámara y en sus últimos años de vida, volvió a pintar con tintes manieristas y de inferior calidad, en contraposición con ese lenguaje renovador que estaba imperando, falleciendo a los 80 años en 1644 en la ciudad donde le vio crecer.

El Tratado de pintura de Pacheco es una obra escrita entre 1598 y 1641, no siendo impresa hasta 1649, cuando el autor ya había fallecido cinco años antes. En este contexto, Francisco Pacheco es el que sienta las bases de la iconografía posterior en este compendio imprescindible. Se divide en tres libros, y es en el último donde Pacheco habla sobre la iconografía sagrada, de cómo debe realizarse una imagen a partir de ese texto.

En caso de la Inmaculada se hace patente de la siguiente manera: “Hase de pintar, pues, en este aseadísimo misterio esta Señora en la flor de su edad, de doce a trece años, hermosísima niña, lindos y graves ojos, nariz y boca perfectísima y rosadas mexillas, los bellísimos cabellos tendidos, de color de oro; en fin, cuanto fuere posible al humano pincel (…) Hase de pintar con túnica blanca y manto azul, que así apareció esta Señora a doña Beatriz de Silva (…) vestida del sol, un sol ovado de ocre y blanco, que cerque toda la imagen, unido dulcemente con el cielo; coronada de estrellas; doce estrellas compartidas en un círculo claro entre resplandores, sirviendo de punto la sagrada frente; las estrellas sobre unas manchas claras formadas al seco de purísimo blanco, que salga sobre todos los rayos (…) Una corona imperial adorne su cabeza que no cubra las estrellas; debaxo de los pies, la luna que, aunque es un globo sólido, tomo. licencia para hacello claro, transparente sobre los países; por lo alto, más clara y visible la media luna con las puntas abaxo”. En el texto hace referencia de una descripción donde se muestra una Señora de trece años, de bellísimos rasgos, vestida de sol, coronada por doce estrellas sobre una corona y la luna, cuyas puntas son hacia abajo, bajo sus pies, aludiendo al pasaje de San Juan Evangelista durante su estancia en Patmos. Por último, los colores elegidos para los ropajes de María Inmaculada son el resultado de las visiones de Santa Beatriz de Silva.

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